jueves, 27 de marzo de 2014

Mi vida fuera de Venezuela – Semana 2

Des Moines

Termina la semana y con ella mi entrenamiento. Hoy es sábado, 3 de Marzo de 2014. Me levanto a las 7 de la mañana para asegurarme de que no se quede nada en el hotel, de estar a tiempo en el aeropuerto y de revisar doble todos los papeles que debo tener a mano. Pronto se hace muy real el hecho de que voy a volar al sitio que de ahora en adelante llamaré hogar, por lo menos durante unos años.

Des Moines resultó ser un pueblo (más bien una ciudad pequeña para mi experiencia) hermoso, tranquilo y con gente acogedora. La calidad de servicio que ofrecen en cada establecimiento, desde una estación de servicio hasta un restaurant es asombrosa. La gente se interesa por el bienestar de cada uno de sus clientes. Los saludos en la calle, centros comerciales, en la oficina son agradables y suelen ir acompañados de una sonrisa.

Claro, no todo es bueno. En tan sólo dos semanas en Des Moines me di cuenta de que hay áreas de la ciudad cuyos negocios seguramente se mueven con la estación del año. Un centro de tiendas completamente cerrado y con sólo un negocio abierto habla por sí solo. Un día me asomo a la ventana de la habitación y veo un hermoso día soleado. Es el primer día de la primavera. Pienso, ya no debo necesitar franela, camisa, sweater y chaqueta, seguramente camisa chaqueta deben bastar. No llevo los guantes para salir ni el pasamontañas. Al salir, me doy cuenta de mi error. A pesar del radiante sol, una brisa helada recorre el ambiente. Reviso la temperatura en el celular… Anuncia un, nada cálido, –2C. Y me han dicho que yo agarré los días menos fríos del invierno. Igualmente me comentaron que en verano la temperatura podía llegar a unos 40C. Francamente me asombra la organización que hay que tener con semejantes condiciones, pero existe y la gente vive tranquila adaptándose al clima.

Algunos compañeros de trabajo que vienen de Costa Rica me hablan de lo cara que es la vida allá y luego de lo cara que es la vida en Des Moines… Sin comentarios. Habiendo vivido 38 años en Caracas (la sexta ciudad más costosa del mundo) la accesibilidad de los productos, la calidad y el estilo de vida hacen que me parezca más bien un sitio que no es económico, pero tampoco es costoso. Claro está que los precios fluctúan según el producto que uno busque, mientras que la tecnología es un tanto más económica acá (en Des Moines), los alimentos son más económicos en Costa Rica.

Por otro lado, la vida nocturna en Des Moines parece escasa. Sin embargo hay diversión familiar en cantidad suficiente (a mi parecer). Eso pudiera ser un problema para quién quiera vivir de bar en bar, sin embargo, para quien busque una vida más tranquila con la calma del campo y las comodidades de la ciudad, Des Moines pudiera ser un buen destino.

Con las maletas ya preparadas, una vez más, me dispongo a despedirme de esta ciudad que me diera alojamiento durante dos semanas. Puedo decir que algo de mí se quedó prendado de esta hermosa ciudad.

A Volar De Nuevo

Camino al aeropuerto veo cómo las aves que se fueran con la llegada del invierno regresan y hacen un hermoso espectáculo volando, realizando piruetas y todas clases de formas en una formación que pareciera ajustarse a las curvas de una pared de viento invisible.

En el aeropuerto me bajo del taxi que conducía un personaje como salido de un capítulo de los “Dukes of Hazard”. Muy amable y conversador. Una vez más el frío me golpea mientras bajo las maletas y me dispongo a entrar. Todo en favor de no derretirme cuando llegue a Costa Rica.

Chequeo pasaje y maletas, eventualmente abordo el avión y me doy cuenta de lo cerca que estoy en este momento de esa nueva vida que estoy comenzando. Me doy cuenta de que esta noche cuando pise suelo costarricense será para quedarme un buen rato, para adaptarme, para vivirlo, para caminarlo, para sentirlo, para hacerlo también un poco mío.

El vuelo tiene escala en Dallas, así que me toca bajar del avión. De venida conseguí unos puntos de internet gratis con cable, así que me conecto y espero poder hablar con mi gente, aún en Caracas.

No están conectados, entro en Facebook para ver qué hay de nuevo. Videos, muchos videos de intensos enfrentamientos entre sociedad civil y cuerpos de seguridad del régimen. Veo uno, luego otro… y otro más. Me invade una profunda tristeza. No entiendo cómo se pueden dar órdenes de atacar y violentar a gente inocente sin sentir ni un poco de remordimiento. Siento tristeza, mucha tristeza. Me desborda y tengo que llorar. Me despido una vez más de mi amada Venezuela y me recuerdo a mí mismo que es eso lo que me obliga a “escapar” con mi esposa y mi niña de apenas 1 año y meses de edad.

Busco algo de comer, respiro profundo y trato de despejar mi mente de los videos. Pienso en cómo será Costa Rica, su gente, sus calles, sus amaneceres y atardeceres, su comida… Todo.

Me conecto de nuevo con esa energía que me mueve a ser mejor, a buscar crecer, aprender, cambiar, avanzar, evolucionar.

Como en Popeye’s, sin mayor conmoción. Por segunda vez, la comida en el Aeropuerto internacional de Dallas Fort Worth no me ha impresionado. Luego tendré que venir de nuevo para seguir intentando Guiño.

Pasan las horas y me toca abordar de nuevo. Despegamos y al llegar a la altura de crucero el sol que entra por la ventanilla del avión es ya más cálido. Me dice que voy de nuevo hacia un sitio con un clima menos agreste y más amable.

Llevamos un par de horas volando. Comienza a anochecer y un color naranja brillante se proyecta desde una de las ventanillas hacia los asientos del avión. Abro la ventanilla que tengo a mi lado y me maravillo ante la vista. Un suelo de motas de algodón se extiende hasta unirse con una brillante línea naranja en el horizonte y luego ese naranja de degrada hacia un azul pálido que se vuelve gris hacia las alturas.

Pienso en mi esposa y en mi hija. Mañana nos veremos, con el favor de Dios, y no puedo aguantar mis ganas de abrazarlas, besarlas y tenerlas conmigo.

Costa Rica

Aterrizamos en el aeropuerto de San José de Costa Rica. El aire, al bajar del avión huele distinto. El calor hace que el ambiente sea algo más húmedo y la cantidad de ropa que antes me resguardaba del frío ahora me hace sentir demasiado calor.

Hay una gran cantidad de gente para pasar por inmigración. Me tardo un poco, pero no demasiado para las expectativas que tengo. Busco una vez más las maletas y me dirijo a aduanas.

Una oficial me indica que quiere revisar mis maletas, dado que tengo mucho equipaje y no he declarado nada con valor comercial.

Al cabo de varias piezas de ropa sucia, algunos juegos usados y otras cosas que no se ven de interés comercial, amenizado con una charla amable por parte de la funcionaria, me da la bienvenida a Costa Rica y me pregunta si necesito ayuda para llevar las maletas hasta afuera. Ya habiendo llegado hasta aquí, estoy bastante entrenado en esto de cargar cuatro maletas a la vez.

Me recibe un amigo de la universidad y otra persona de la compañía, su calidez me hace sentir un poco en casa y se consolida más en mi esa sensación de que todo estará bien.

La Reunión

Llega el día tan esperado, pasa la mañana entre barridas y limpieza y al arribar la hora, llamo al taxi para ir a buscar a mis dos mujeres. El corazón se me desboca, los minutos se me hacen horas y estoy frente a la salida de los pasajeros por la que saldrán en cualquier momento. Sale y sale gente. Pilotos, sobrecargos, hombres, mujeres y niños que sonríen al encuentro de una cara conocida o un cartel con su nombre y apellido. De pronto asoma una cabellera que se me antoja conocida, veo a una bebé en brazos y sin poder aguantar un segundo más, silbo ese sonido peculiar que reconocemos sobre el ruido de la calle, doy pequeños saltos y agito los brazos hasta que hacemos contacto visual.

Nos hemos reunido. Hoy es la primera tarde del resto de nuestras vidas. Hoy comienza el segundo gran tomo de nuestra existencia.

domingo, 23 de marzo de 2014

Mi vida fuera de Venezuela – Día 1

La despedida

Hoy eran apenas las 2:30am, habiendo dormido apenas 2 horas, cuando desperté para prepararme a tomar un avión que me llevaría a otro país, pero esta vez sin fecha de retorno.

La decisión, ya tomada hace muchos años nunca fue tan real como en este último mes cuando realizaba todos los preparativos necesarios para poder comenzar este nuevo capítulo de mi vida.

Maiquetía, sentados en el suelo esperando. En el suelo. Con una bebé que empáticamente sabe que algo está pasando, pero que gracias a Dios no se da cuenta de qué es lo que sucede con exactitud.

Cada vez que la miro, se me arruga el corazón a un nivel que no conocía. Veo a mi esposa resistiendo, como sólo una madre resiste para no mostrarle a su hija de 16 meses la ansiedad de separación que (aún sabiendo que es sólo por unos días) nos agobia. La miro, la admiro. Me enamoro más de ella. Me doy cuenta una vez más de que todo esto lo hago especialmente por y para ellas, para darles una calidad de vida que en Venezuela no conocerán, al menos en unos cuantos años.

Cada tantos minutos debo respirar profundo, recordar la paz que hay en respirar conscientemente y enfocarme en los logros a los que este gran paso nos lleva.

Tras un buen rato debatiéndome entre la alegría y la nostalgia que ya siento por mi país, llega la hora de ir a la zona de embarque. Me despido. Nos abrazamos. Las lágrimas quieren saltar desde mis ojos, pero las contengo todo lo que puedo. Entro, voy a migración…  Ya no las veré más en persona hasta dentro de dos semanas. A ellas, a mis adoraciones…  Pero hay más, mi mamá el resto de mi familia que no viene… No los abrazaré en algún tiempo, así, indefinido, inaguantable, indescifrable. Quisiera meterlos a todos en una gran maleta y traérmelos. Pero no se puede.

Los extraño, justo ahora pienso si les habré dado suficientes besos, suficientes abrazos, si habré dicho te amo con suficiente frecuencia y peleado tan pocas veces que no pesen en la memoria. Justo ahora siento lo que es la soledad.

Paso inmigración, abordo el avión y ya el aire se siente distinto la tripulación está avocada a atender a los pasajeros, ayudarlos y orientarlos.

Los Estados Unidos de América

Despegamos y caigo en cuenta de que no sé cuándo volveré a pisar el suelo que me vio nacer. Siento que abandono a mi Venezuela cuando más necesita un guerrero, pero no puedo arriesgar al resto de mi familia, ellas me necesitan, ahora más que nunca. Peleo con las palabras cada vez que puedo, pero ahora mismo no puedo hacer más y no puedo soportar más. Me siento un extranjero en mi país. Ahora un extranjero dejando ese país que ya no reconozco.

Hace más de 20 años que no vengo “al norte” como le dicen en mi tierra. Las historias de inmigración cada vez se han vuelto más locas. Claro que no me extrañaría nada que de persona a persona se haya agregado un pequeño detalle personal que vaya haciendo el cuento cada vez más aterrador. Estoy por averiguarlo en apenas un par de horas.

En el avión, la cordialidad de la tripulación marca una diferencia notable con respecto a los vuelos nacionales que  tomé durante los dos últimos años. Se excusan por sólo tener 3 sabores de jugo y ofrecen comida caliente.

Los ojos se me cierran, el cansancio, el estrés y la resignación me empujan a decidir cerrar los ojos y comenzar a soñar con lo que vendrá. Sin embargo, paso las casi 3 horas del vuelo alternando entre dormir y despertar.

Anuncian el inicio del descenso y mi alma da un vuelco. No estoy soñado, esto es real, lo estoy viviendo en este momento y ya estoy en un nuevo trabajo, una nueva vida, un nuevo comienzo, que tiene por prólogo este viaje que me abrirá los ojos a todo aquello que fue desapareciendo en mi país.

Aterrizamos. Bajamos del avión y caminamos. Bromeo un poco con la persona que estaba sentada a mi lado (que durmió durante todo el viaje). Poco a poco nuestra conversación gira en torno a lo distinto que es todo acá y lo mal que está Venezuela, en los problemas de fondo y las esperanzas de que los años venideros sean mejores para esa tierra que sigue soñando con gente que la haga tan grande y hermosa como se lo merece.

Aeropuerto Internacional de Miami

Busco las maletas que deben ser entregadas a la conexión. Así lo hago y luego tengo varias horas para ver el aeropuerto. En este momento me siento como un niño de nuevo, todo me asombra y me pregunto por qué. La respuesta es obvia. Venezuela, sumida en su crisis ha sido incapaz de crecer, de hecho ha reducido su capacidad de asombrar al turista por cosas buenas y por el contrario, la cosas malas resultan ser las más mencionadas afuera. Mis ojos se cubren de agua, pero los retengo. Tengo hambre y camino un poco para ver qué hay en las tiendas. Innumerables productos de marcas, colores, sabores y especialidades distintas compitiendo por dar el mejor precio al consumidor. Al final  me decido por una ensalada empacada en una bandeja con un aderezo de mostaza miel. Lechuga, tomate, queso azul, pollo y zanahoria están repartidos en la bandeja esperando a que los reúna con el aderezo y así lo hago. Para acompañar, un jugo de naranja que dice 100% orange juice, pero no lo creeré hasta probarlo. Los sabores se funden en mi boca y siento que todo tiene más sabor, todo tiene más brillo, más frescor. Siento culpa, siento tantas cosas distintas. Sacudo mi cabeza para tratar de apartar todo esto y me concentro en comer.

Luego, con el estómago lleno, llega la pesadez. Necesito un café y observo cerca de mi puerta de embarque la oferta de un “café cubano”. No es más que un espresso, pero el trato, la forma de prepararlo y entregármelo todo hizo que valiera cada uno de los 85 centavos que me costó. Saco un cálculo rápido y multiplico por 11 (un aproximado a la taza de cambio actual de bolívares fuertes por dólar) y resulta que un café pequeño es más caro en caracas. Luego saco la cuenta opuesta con el precio innombrable (unos 80 por dólar) y me parece que 64 bolívares por un café pudiera parecer demasiado, pero el gusto con el que lo hicieron, la amabilidad con la que me trataron y el sabor de ese café le dan ese valor fácilmente.

Busco conexión inalámbrica, una hora gratis. Chateo con mis amores, con la familia y hago lo posible por mantenerme entero, pero resulta muy difícil. Los ojos se inundan y esperan un descuido para dejar caer sendas lágrimas que avanzan veloces por mis mejillas y llegan a mi camisa.

Poco a poco se hace la hora de embarcar y procedo a hacerlo. Es un día muy soleado en la ciudad de Miami y eso me realza el espíritu. Una vez más, la cordialidad me ayuda en el proceso y antes de que me de cuenta, estoy volando de nuevo.

Trato de descansar, pero un punzante dolor de cabeza aparece y arremete contra mis mejores intenciones. Durante esta lucha con el dolor de cabeza comienzan a repartir bebidas y pido un jugo de manzana. Jugo de manzana, cristalino, fresco, con hielo. Me refresco, bajo la cortina de mi ventanilla y me dispongo a dormir. Esta vez logro escapar al dolor de cabeza y puedo cerrar los ojos durante una media hora. Voy en camino a Dallas, Texas.

Aeropuerto Internacional Dallas Fort Worth

Llego al aeropuerto internacional de Dallas Fort Worth y el ambiente ya está más frío. Se siente la baja temperatura en el espacio que hay entre el avión y la manga. Busco red inalámbrica gratis, pero no hay. Comienzo a caminar por el aeropuerto a ver qué consigo y hallo un lugar que dice “FREE INTERNET”, pero necesito un cable Ethernet. Que bueno que traigo el mío en el maletín donde cargo la portátil. Logro hablar con mi familia, les comento cómo va todo hasta ahora y les digo cuánto los extraño a menos de 24 horas de haber salido del país.

Luego de un rato, busco un baño. Todo es automático, los urinarios, las inodoros, los lavamanos, los dispensadores de jabón y de papel para secarse las manos. ¡El agua de los lavamanos es agua caliente! Pues salgo luego en busca de algo que comer, veo un sitio que pinta interesante y los precios no se ven horribles. Decido intentarlo y pido sushi. La presentación es interesante, pero el sabor no lo es tanto. No me malentiendan, está bueno, pero no me quitaría el sueño de ninguna manera.

Llega la hora de irme, voy a la puerta de abordaje y espero a que nos llamen. Me monto en el avión y ya con muchísimas horas de sueño acumulado, trato de dormir un poco. Esfuerzo que resulta totalmente infructuoso.

Des Moines

Finalmente llego a Des Moines. 10:40pm (pero para mi 12:40). El cansancio amenaza con tumbarme. Espero las maletas, las recojo y me dirijo a la calle a tomar un taxi. El frío me golpea, aunque no con tanta furia, dado que estoy completamente cubierto de pies a cabeza.

No hay taxis, pero el encargado de la línea me dice que espere adentro para evitar el frío y él me llamará apenas llegue un vehículo. Así lo hago y al tomar el taxi trato de relajarme un poco. Ya casi termina este primer paso que se parece más a un salto entre edificios.

Candlewood Suites

Llego al Hotel y me reciben compañeros de trabajo que sabían que llegaría este día. Adentro una recepcionista excepcionalmente amable realiza todos los trámites en tan poco tiempo como le es posible e incluso me pregunta si quiero una habitación lo más cerca posible de mis compañeros. Asiento con la cabeza y me da las llaves electrónicas de la habitación.

Subo por el ascensor y al llegar, lo primero que hago es conectarme para avisar que llegué bien y que necesito descansar. El cansancio me vence y debo dormir.

He dado el primer paso hacia una mejor vida. A una temperatura bajo cero, que pudiera congelarle los ánimos a más de uno, me doy cuenta de que ha comenzado el prefacio de un nuevo amanecer, de una nueva vida que estará completa sólo cuando me reúna con mi esposa y mi beba.