martes, 6 de noviembre de 2012

¡Soy papá!

Soy papá.  Se dice fácil.  Pero la historia es complicada y maravillosa.  Durante todas las etapas me imaginaba cosas, soñaba con las sensaciones y los sentimientos de ciertos momentos específicos, pero les aseguro que nada me prepararía para el momento en el cual esos ojos infinitamente inocentes y tiernos trataran de enfocarse en mi.

Pero vamos por partes.  Voy a tratar de relatar esto con rapidez, sin extenderme tanto, pero intentando darles un vistazo de lo que sentí en cada parte del proceso.

El Embarazo

Nos enteramos que estamos embarazados.  La alegría es inmensa.  Somos dichosos.  Tanto mi esposa como yo comprendemos que hemos iniciado una nueva etapa en nuestras vidas.  Soñamos, hablamos, nos preocupamos, nos relajamos.

Queremos ser buenos padres.  No sólo padres.  Queremos ser ejemplares, queremos que nuestra hija sepa lo deseada que ha sido.  Que se sienta amada desde que está en el vientre de su mamá.

Pasan los meses y cada vez hay más cosas de la bebé en casa.  Una habitación comienza a tomar forma para acomodar a una niña y conforme se va arreglando, caemos cada vez más en cuenta de lo cerca que estamos de este paso.

Finalmente estamos muy cerca.  Semanas 39, 40…  Llegamos incluso a la 41.

La Espera

Es viernes 2 de Noviembre.  Poco más de la 1 de la tarde y comienzan a pasarle el Pitocín a mi esposa muy lentamente para tratar de iniciar el trabajo de parto y que continúe solo.

Pasan las horas y todo parece muy lento, quizás parece mucho más lento debido a la expectativa que tenemos.  Queremos que sea un parto en agua, es nuestra ilusión.

Van llegando los dolores a eso de las 4pm.  Caminamos, buscamos posiciones cómodas para pasar el dolor y entre risas la apoyo con todo mi corazón.  Busco que se ría para ignorar un poco las contracciones menores.  Luego se pondrán muy fuertes y debe estar relajada para que todo pase más fácil.

Son ya un poco más de las 7 y llega la doctora a hacerle un tacto.  3 centímetros.  La noticia no es lo que esperábamos, pues con tanto tiempo ya teniendo contracciones, lo lógico hubiera sido algo más de dilatación.  Pero buscamos tener paciencia, la bebé lo merece.

Pasan unas horas más, pasan las 11 y las contracciones son casi insoportables, ella no da más, está agotada.  La doctora hace otro tacto que, por su cara, me dolió a mi en el alma.  Admiro a esta mujer que se retuerce como una culebra en toda la extensión de la cama, tratando de soportar un dolor considerado de los más fuertes conocidos por el ser humano.  Los mismos 3 centímetros.  Eso casi nos desalienta y ella, al borde de la desesperación total pide un poco de anestesia. Impotencia.  Debo mantener la calma y darle fuerzas.  Casi no soporto verla así y no poder hacer nada. Pasa una media hora hasta que llega la anestesiólogo.  Otro tacto, ya en quirófano mientras la preparan para la anestesia en la columna. 6 centímetros! Lo que debía ocurrir en varias horas, sucedió en apenas 30 minutos.  Sólo imagino los dolores que estaba soportando y se me eriza la piel. Esta mujer es en verdad admirable.

Me llaman al quirófano.  La bebé parece estar encajada, pero no baja más.  Mueven y mueven la barriga.  Ya esa reina que es mi esposa, está anestesiada y siente las molestias, pero el dolor ha bajado tanto en intensidad que es completamente soportable.  Ella dice: vamos a esperar.  La doctora sigue examinando la posición de la beba y pide una segunda opinión.  Ambas coinciden.  Hay que hacer una cesárea.  La bebé no va a bajar más.

Nuestros ojos se encuentran, se que se han diluido todas las esperanzas de un parto natural, y mucho menos en agua cómo lo habíamos soñado tanto.  Pero es el nacimiento de nuestra hija.  Ambos estamos claros en que esperamos todo lo que pudimos a que la bebé decidiera salir por sí misma.  Si es una cesárea es porque la niña así lo quiso.

El Nacimiento

Preparan todo.  Me aparto mientras colocan todos los instrumentos estériles en posición.  Me explican dónde debo ubicarme y así lo hago para poder filmar todo el proceso.  En dos ocasiones debo salir a tomar aire fresco.  Los cortes, las pinzas, el instrumento de cauterización, el olor a carne chamuscada.  Todo se acumula en mi cabeza y necesito recobrar la compostura.  Debo ser fuerte para inspirarle fortaleza a mi esposa.  Ella lleva la carga más pesada.

Pasan los que han sido, a mi parecer, los minutos más largos de toda mi vida.  La doctora se abre paso a través de capas de piel y músculo hasta que de pronto asoma la cabeza de nuestra bebé.  Una cabeza llena de un cabello muy fino, muy oscuro.  Mojado, termina de salir el resto de su cuerpo.  La envuelven rápidamente en un cobertor blanco que se mancha en un par de secciones de sangre de manera inmediata.  La limpian un poco mientras hacen fricción para darle calor.  Sin esperar un segundo más, abre un par de ojos espectacularmente oscuros, grandes, profundos y hermosos.  Nuestra beba acaba de abrir los ojos al mundo que la rodea.  Y allí estamos sus padres, junto a ella para socorrerla, para ayudarla en esta transición.  Un par de segundos el mundo se detiene a mi alrededor mientras contemplo completamente embelesado los ojos de mi bebita.  Llora.  Parece que nada se mueve.  En el fondo oigo: “rápido… tiene frío”.  Me la ponen el los brazos apenas unos segundos para que su mami y yo la besemos y le demos la bienvenida.  Se extiendes unas manos enguantadas que me la piden.  La entrego y le aviso a mi esposa que voy con nuestra niña.  Ella asiente y sonríe.

La comienzan a limpiar, en su rostro se nota que no le gusta tanto ajetreo.  Hace apenas unos minutos sólo conocía el olor y el sonido profundo del corazón de su mamá, la voz de papá y los sonidos que se filtraban hacia el vientre que era su hogar.  Está en un lugar desconocido, llora.  Le hablo suavemente y le explico lo que hace la pediatra, el llanto se apaga y parece prestar atención a mis palabras.  El procedimiento pasa con rapidez, pero con mucha delicadeza, la pesan, la miden, la siguen limpiando.  Yo sigo hablando y los llantos son esporádicos y duran apenas algunos segundos.  Finalmente la doctora (pediatra) se va y me quedo acariciándole las piernas.  Volteo y pregunto por mi esposa.  Una voz me responde: “Van a terminar pronto, ella está bien”.  Le masajeo los pies a mi pequeña con apenas 3 dedos y trato de calentárselos entre mis manos.  Ella está tranquila.  Nada parecido a esos partos en los que los bebés lloran y lloran durante minutos infinitos.

En unas cuantas zancadas, apenas me lo permiten voy hasta el quirófano y mi esposa me recibe con un suave, pero firme: “¿dónde está mi bebé?”.  Le sonrío, con las lágrimas sostenidas y una gran sonrisa, admirándola cada vez más: “está bien, aquí al lado esperándote.  Voy con ella y te esperamos juntos”.  Le doy un beso y dejo que los doctores terminen su trabajo.

Mis ojos no se pueden despegar de la bebé.  La miro casi atontado y no paro de hablarle, no paro de decirle que la amamos, que su mami ya viene y lo hermosa que es.  Lo bellos que son sus ojos y que queremos estar allí para ella siempre.

Su mamá llega a Recuperación mientras ayudo a vestir a la bebita y en apenas unos segundos la nena está pegada a su pecho ingiriendo el calostro que mana sabiamente desde el cuerpo de su mamá.  Es un momento épico.  Se me ahogan las palabras, sólo puedo verlas y admirarme de ese cuadro tan único y especial.

Finalmente soy papá.