domingo, 23 de marzo de 2014

Mi vida fuera de Venezuela – Día 1

La despedida

Hoy eran apenas las 2:30am, habiendo dormido apenas 2 horas, cuando desperté para prepararme a tomar un avión que me llevaría a otro país, pero esta vez sin fecha de retorno.

La decisión, ya tomada hace muchos años nunca fue tan real como en este último mes cuando realizaba todos los preparativos necesarios para poder comenzar este nuevo capítulo de mi vida.

Maiquetía, sentados en el suelo esperando. En el suelo. Con una bebé que empáticamente sabe que algo está pasando, pero que gracias a Dios no se da cuenta de qué es lo que sucede con exactitud.

Cada vez que la miro, se me arruga el corazón a un nivel que no conocía. Veo a mi esposa resistiendo, como sólo una madre resiste para no mostrarle a su hija de 16 meses la ansiedad de separación que (aún sabiendo que es sólo por unos días) nos agobia. La miro, la admiro. Me enamoro más de ella. Me doy cuenta una vez más de que todo esto lo hago especialmente por y para ellas, para darles una calidad de vida que en Venezuela no conocerán, al menos en unos cuantos años.

Cada tantos minutos debo respirar profundo, recordar la paz que hay en respirar conscientemente y enfocarme en los logros a los que este gran paso nos lleva.

Tras un buen rato debatiéndome entre la alegría y la nostalgia que ya siento por mi país, llega la hora de ir a la zona de embarque. Me despido. Nos abrazamos. Las lágrimas quieren saltar desde mis ojos, pero las contengo todo lo que puedo. Entro, voy a migración…  Ya no las veré más en persona hasta dentro de dos semanas. A ellas, a mis adoraciones…  Pero hay más, mi mamá el resto de mi familia que no viene… No los abrazaré en algún tiempo, así, indefinido, inaguantable, indescifrable. Quisiera meterlos a todos en una gran maleta y traérmelos. Pero no se puede.

Los extraño, justo ahora pienso si les habré dado suficientes besos, suficientes abrazos, si habré dicho te amo con suficiente frecuencia y peleado tan pocas veces que no pesen en la memoria. Justo ahora siento lo que es la soledad.

Paso inmigración, abordo el avión y ya el aire se siente distinto la tripulación está avocada a atender a los pasajeros, ayudarlos y orientarlos.

Los Estados Unidos de América

Despegamos y caigo en cuenta de que no sé cuándo volveré a pisar el suelo que me vio nacer. Siento que abandono a mi Venezuela cuando más necesita un guerrero, pero no puedo arriesgar al resto de mi familia, ellas me necesitan, ahora más que nunca. Peleo con las palabras cada vez que puedo, pero ahora mismo no puedo hacer más y no puedo soportar más. Me siento un extranjero en mi país. Ahora un extranjero dejando ese país que ya no reconozco.

Hace más de 20 años que no vengo “al norte” como le dicen en mi tierra. Las historias de inmigración cada vez se han vuelto más locas. Claro que no me extrañaría nada que de persona a persona se haya agregado un pequeño detalle personal que vaya haciendo el cuento cada vez más aterrador. Estoy por averiguarlo en apenas un par de horas.

En el avión, la cordialidad de la tripulación marca una diferencia notable con respecto a los vuelos nacionales que  tomé durante los dos últimos años. Se excusan por sólo tener 3 sabores de jugo y ofrecen comida caliente.

Los ojos se me cierran, el cansancio, el estrés y la resignación me empujan a decidir cerrar los ojos y comenzar a soñar con lo que vendrá. Sin embargo, paso las casi 3 horas del vuelo alternando entre dormir y despertar.

Anuncian el inicio del descenso y mi alma da un vuelco. No estoy soñado, esto es real, lo estoy viviendo en este momento y ya estoy en un nuevo trabajo, una nueva vida, un nuevo comienzo, que tiene por prólogo este viaje que me abrirá los ojos a todo aquello que fue desapareciendo en mi país.

Aterrizamos. Bajamos del avión y caminamos. Bromeo un poco con la persona que estaba sentada a mi lado (que durmió durante todo el viaje). Poco a poco nuestra conversación gira en torno a lo distinto que es todo acá y lo mal que está Venezuela, en los problemas de fondo y las esperanzas de que los años venideros sean mejores para esa tierra que sigue soñando con gente que la haga tan grande y hermosa como se lo merece.

Aeropuerto Internacional de Miami

Busco las maletas que deben ser entregadas a la conexión. Así lo hago y luego tengo varias horas para ver el aeropuerto. En este momento me siento como un niño de nuevo, todo me asombra y me pregunto por qué. La respuesta es obvia. Venezuela, sumida en su crisis ha sido incapaz de crecer, de hecho ha reducido su capacidad de asombrar al turista por cosas buenas y por el contrario, la cosas malas resultan ser las más mencionadas afuera. Mis ojos se cubren de agua, pero los retengo. Tengo hambre y camino un poco para ver qué hay en las tiendas. Innumerables productos de marcas, colores, sabores y especialidades distintas compitiendo por dar el mejor precio al consumidor. Al final  me decido por una ensalada empacada en una bandeja con un aderezo de mostaza miel. Lechuga, tomate, queso azul, pollo y zanahoria están repartidos en la bandeja esperando a que los reúna con el aderezo y así lo hago. Para acompañar, un jugo de naranja que dice 100% orange juice, pero no lo creeré hasta probarlo. Los sabores se funden en mi boca y siento que todo tiene más sabor, todo tiene más brillo, más frescor. Siento culpa, siento tantas cosas distintas. Sacudo mi cabeza para tratar de apartar todo esto y me concentro en comer.

Luego, con el estómago lleno, llega la pesadez. Necesito un café y observo cerca de mi puerta de embarque la oferta de un “café cubano”. No es más que un espresso, pero el trato, la forma de prepararlo y entregármelo todo hizo que valiera cada uno de los 85 centavos que me costó. Saco un cálculo rápido y multiplico por 11 (un aproximado a la taza de cambio actual de bolívares fuertes por dólar) y resulta que un café pequeño es más caro en caracas. Luego saco la cuenta opuesta con el precio innombrable (unos 80 por dólar) y me parece que 64 bolívares por un café pudiera parecer demasiado, pero el gusto con el que lo hicieron, la amabilidad con la que me trataron y el sabor de ese café le dan ese valor fácilmente.

Busco conexión inalámbrica, una hora gratis. Chateo con mis amores, con la familia y hago lo posible por mantenerme entero, pero resulta muy difícil. Los ojos se inundan y esperan un descuido para dejar caer sendas lágrimas que avanzan veloces por mis mejillas y llegan a mi camisa.

Poco a poco se hace la hora de embarcar y procedo a hacerlo. Es un día muy soleado en la ciudad de Miami y eso me realza el espíritu. Una vez más, la cordialidad me ayuda en el proceso y antes de que me de cuenta, estoy volando de nuevo.

Trato de descansar, pero un punzante dolor de cabeza aparece y arremete contra mis mejores intenciones. Durante esta lucha con el dolor de cabeza comienzan a repartir bebidas y pido un jugo de manzana. Jugo de manzana, cristalino, fresco, con hielo. Me refresco, bajo la cortina de mi ventanilla y me dispongo a dormir. Esta vez logro escapar al dolor de cabeza y puedo cerrar los ojos durante una media hora. Voy en camino a Dallas, Texas.

Aeropuerto Internacional Dallas Fort Worth

Llego al aeropuerto internacional de Dallas Fort Worth y el ambiente ya está más frío. Se siente la baja temperatura en el espacio que hay entre el avión y la manga. Busco red inalámbrica gratis, pero no hay. Comienzo a caminar por el aeropuerto a ver qué consigo y hallo un lugar que dice “FREE INTERNET”, pero necesito un cable Ethernet. Que bueno que traigo el mío en el maletín donde cargo la portátil. Logro hablar con mi familia, les comento cómo va todo hasta ahora y les digo cuánto los extraño a menos de 24 horas de haber salido del país.

Luego de un rato, busco un baño. Todo es automático, los urinarios, las inodoros, los lavamanos, los dispensadores de jabón y de papel para secarse las manos. ¡El agua de los lavamanos es agua caliente! Pues salgo luego en busca de algo que comer, veo un sitio que pinta interesante y los precios no se ven horribles. Decido intentarlo y pido sushi. La presentación es interesante, pero el sabor no lo es tanto. No me malentiendan, está bueno, pero no me quitaría el sueño de ninguna manera.

Llega la hora de irme, voy a la puerta de abordaje y espero a que nos llamen. Me monto en el avión y ya con muchísimas horas de sueño acumulado, trato de dormir un poco. Esfuerzo que resulta totalmente infructuoso.

Des Moines

Finalmente llego a Des Moines. 10:40pm (pero para mi 12:40). El cansancio amenaza con tumbarme. Espero las maletas, las recojo y me dirijo a la calle a tomar un taxi. El frío me golpea, aunque no con tanta furia, dado que estoy completamente cubierto de pies a cabeza.

No hay taxis, pero el encargado de la línea me dice que espere adentro para evitar el frío y él me llamará apenas llegue un vehículo. Así lo hago y al tomar el taxi trato de relajarme un poco. Ya casi termina este primer paso que se parece más a un salto entre edificios.

Candlewood Suites

Llego al Hotel y me reciben compañeros de trabajo que sabían que llegaría este día. Adentro una recepcionista excepcionalmente amable realiza todos los trámites en tan poco tiempo como le es posible e incluso me pregunta si quiero una habitación lo más cerca posible de mis compañeros. Asiento con la cabeza y me da las llaves electrónicas de la habitación.

Subo por el ascensor y al llegar, lo primero que hago es conectarme para avisar que llegué bien y que necesito descansar. El cansancio me vence y debo dormir.

He dado el primer paso hacia una mejor vida. A una temperatura bajo cero, que pudiera congelarle los ánimos a más de uno, me doy cuenta de que ha comenzado el prefacio de un nuevo amanecer, de una nueva vida que estará completa sólo cuando me reúna con mi esposa y mi beba.

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