lunes, 28 de julio de 2014

Sin Alma de Inmigrante

Yo no tengo alma de inmigrante.

Avila Panorámica

Hay gente que desde su adolescencia fantasea con irse de su país, se lo plantean seriamente y buscan nuevos rumbos de cualquier forma, haciendo un deporte, consiguiendo una beca, por intercambio, en fin, de alguna manera se aseguran de salir, de vivir lejos de casa al menos por un tiempo que puede variar entre 6 meses, 5 años o más. Yo no. Yo moría de miedo de sólo imaginarme lejos de casa, una vez estando muchacha, escuché por primera vez eso de los intercambios estudiantiles y ¡me daba terror! Eso de irme de mi casa y caer como paracaidista en la casa de una familia en algún lugar del mundo, para ser por un año la “hija” de esa gente, me parecía la situación más abrumadora del planeta, no podía ni imaginarme en esa situación sin que me diera como un frío por todo el cuerpo. Y es que sí, eso es algo a lo que siempre le he temido. Incluso un viaje de esos de quinceañeras, aunque me hubiese encantado, me daba como nervio. Conozco a varias personas, algunas de ellas grandes y viejas amigas, que desde muchachas se fueron de la comodidad y calidez de su hogar, para experimentar en otras latitudes. Las admiro! Y es que yo no tengo ese espíritu, no es que no me guste viajar, me encanta y me gustaría conocer muchos lugares del mundo, pero el hecho de moverme de mi casa a otro lugar, incluso dentro de mi país, de vacaciones, a un sitio conocido y como mi segunda casa, como Pto. La Cruz, me pone incómoda, me sobrecoge un poco todo ese proceso de hacer maletas y dejar mi cueva, luego lo disfruto, claro está, pero ese momento en el que uno se prepara para el viaje y se despide, me pone tensa, y por supuesto, luego de unos días o un par de semanas ya extraño mi cueva y mis rutinas. Me gustaría ser más aventurera en ese sentido, pero esa no es la realidad, la realidad es que soy bastante miedosa para eso y digo miedosa y no cobarde porque una vez leí que ser valiente no es no sentir miedo, sino avanzar a pesar del mismo, y eso sí que te tengo yo, yo aterrada, pero pa’lante, insegura, pero pa’lante, abrumada, pero pa’lante, por eso no me declaro cobarde en absoluto. Volviendo al punto, es que sí, hay gente que nace para gitana, son nómadas de nacimiento y otros, como yo, que no.

Y resulta que me tocó, eso a lo que tanto le venía temiendo desde hace largo tiempo, eso que desde hace aproximadamente doce años comenzó a presentarse como una opción, por como venía avanzando el cáncer de mi país. “¿Y si nos vamos?”, me decía mi novio para ese entonces y yo sólo de escuchar la pregunta y asomarme a una imaginaria respuesta positiva, sentía que se me caía el mundo, entonces, hablábamos de otra cosa, pasábamos el tema casi como con tabú. Estábamos en 2002, yo tenía 25 años y mi país ya estaba sumido en una crisis política y social bastante fuerte, pero estaba la esperanza “en cualquier momento este gobierno se cae”, “el tipo renuncia”, “al tipo lo tumban”, “el paro va a acabar con este gobierno”, “hay un rumor de que unos militares se levantan esta noche”… y así fueron pasando días, semanas… años.

Entonces llegamos casi sin darnos cuenta a 2010, agotados de tanto reclamar por una cosa y por la otra, de tanto sentirnos marginados en nuestro propio país por no vestirnos de rojo y “el tipo” continuaba gobernando y también continuaban los rumores esperanzadores, pero ya yo estaba bastante cansada de tanto odio y retraso y se me presenta otra vez la idea de salir del país, esta vez sola y con un destino fijado: Bogotá. A Bogotá me la presentó un amigo muy especial, me hablaba día y noche de las bondades de la ciudad, del clima, de las posibilidades, de la gente, de la educación, en fin, que poco a poco me iba enamorando de él y de Bogotá. A estas alturas del cuento, ya yo tenía mi vida patas pa’rriba, prácticamente acababa de terminar una relación de muchos años, estaba enamorada hasta los huesos de alguien que, aunque me correspondía, no estaba preparado para una relación estable con nadie y para colmo estaba preparándose para irse del país, lo cual me anunciaba otro duelo en un futuro bastante cercano, estaba harta ya de tanto no entender a mi país, de tanto pelear, de tanto luchar, de tanta marcha, tenía el alma revuelta por varios motivos y bueno, consideré a pesar del terror, la idea de irme de mi tierra. Hice, animada por mi amado de entonces, mi primer viaje fuera del país, sola, desorientada, con el dinero contado y con un despecho crudito porque ya no vería más (y hasta el sol de hoy sigo sin verlo) al, para ese entonces, dueño de mi corazón. A pesar de mi situación emocional durísima, me enamoré de Bogotá, fui allí no como turista, si no como alguien que iba para quedarse, fui a tantear el terreno, a conocer sus calles como las calles que luego caminaría a diario en esa vida que comenzaba a inventarme, guayabo en mano, para mi futuro. Me enamoré de la ciudad y de la gente. Llegué, con una maleta enorme a la casa de una paisa adorable que sin conocerme, me abrió las puertas de su casa, allí estuve los primeros 10 días, fueron días muy duros, muy fríos, muy solos, mi anfitriona trabajaba mucho y no tenía demasiado tiempo para lidiar con esta suerte de invasora que cargaba la empalizada en el suelo, mucho hizo, ciertamente, al abrirme las puertas de su casa de par en par, sin siquiera saber quién era yo, eso se lo agradeceré siempre. Luego llegué a casa de Daniel, 13 días estuve allí sintiéndome una más entre ellos, allá la cosa estuvo un poco más cálida, hasta viajé con ellos a un pozo petrolero para hacer una función de mimos. Fueron 23 mis días en Bogotá, yo lo sentí como tres meses más o menos, la intensidad de ese momento en mi vida, así lo hacían ver. Me quedaron hermosos recuerdos del lugar y de su gente, cariños que no voy a borrar así ya no los vuelva a ver: Bibiana, Milena y familia, Daniel, Willderman, Katta y el resto de los muchachos, todos muy lindos y amables. Yo espero haberles dado una buena impresión a pesar de no haber estado en mi mejor momento. De ese viaje también me quedó la certeza de que no importa lo mal que esté, siempre puedo seguir adelante, que no importa lo grande del miedo, yo soy más grande, que no importa que llore en las noches, siempre y cuando en las mañanas me levante dispuesta a continuar, a vivir y experimentar. Y llegó el 5 de agosto y me regresaba a mi amada patria, me recibió la enorme pancarta en el aeropuerto con la cara de Chávez y su “Patria, socialismo o muerte”, bueno, se acabaron las vacaciones de la pesadilla más larga de la historia (al menos de MI HISTORIA). Llegué dispuesta a resolver lo que tuviera que resolver para irme a Bogotá, tenía hasta un contrato de trabajo que me dio Daniel, para sacar la visa y estar legal en el país. Mi visita al consulado colombiano no arrojó buenas noticias y la rutina, el día a día cargado de tantas noticias que no dan chance a digerir ninguna, el miedo a salir de mi cueva y la terquedad de seguir luchando con la esperanza de que la era roja del país llegara a su fin, hizo lo suyo y el sueño de Bogotá se fue posponiendo y quedando atrás. Bueno, todo eso y que mi vida personal estaba pasando por grandes cambios que exigían atención.

Continúa el conteo regresivo para irme del país, a pesar de mí misma y llegamos a un terrible 7 de octubre de 2012, triste día para mi patria, otro más, pero éste muy significativo, un moribundo Chávez gana (según el podrido CNE) las elecciones presidenciales, yo embarazada de 37 semanas aproximadamente, lloraba a gritos y a moco tendido, en el piso de mi casa, sabiendo que mi hija estaba por nacer en un país secuestrado por unas bestias rojas sin escrúpulos de ningún tipo, sabiendo que ese resultado significaba que mis días en Venezuela estaban contados, que no sabía a dónde, ni en qué circunstancias, pero debía buscar junto con mi esposo, otro destino que nos librara de ese desastre de país en el nos habíamos convertido y que ya no quedaba esperanza cercana de recuperar.

Tener un hijo absorbe mucho y si quieres dar teta exclusiva y hacer crianza con apego, mucho más, así que desde el maravilloso e irrepetible 3 de noviembre de 2012, mi foco de atención fue Sarah Valentina, así que el tema país, aunque ineludible, pasó a un segundo o tercer plano. Sin embargo, es difícil no prestar atención a la debacle del país, es difícil cuando sientes que los pedazos del país te comienzan a caer encima y debes entrar a varios supermercados para poder encontrar un producto y ves colas y colas por todas partes porque “en el Plaza’s llegó la leche” o “en Central Madeirense llegó aceite”, es difícil mantenerte distante cuando comienzas a ver indiscretamente las bolsas de mercado de la gente en la calle, para ver si consiguieron harina de maíz y salir corriendo al supermercado a ver si todavía queda, cuando hablas con tus padres y te dicen que no consiguen papel higiénico, te enteras de que mataron al novio de una amiga de tu sobrina, que secuestraron a un vecino de Montalbán, es difícil mantenerse distante cuando sabes que el “presidente” se murió, pero que fue tan hijo de puta, que antes de hacerlo se encargó de dejar un sucesor en el corazón rojito de sus obcecados seguidores y que por supuesto (según el mismo CNE rojito) también ganó las elecciones aunque todo el mundo sabe que éste tipejo no le llega a los pies ni siquiera a Chávez, o sea, que esta vaina es mucho camisón pa’ Petra, pero total, no importa, no importa nada, no importa el país, el pueblo, la economía, lo que importa es mantenerse en el poder, lo que importa es votar por el idiota porque el “comandante supremo intergaláctico” así lo pidió antes de morir. O sea, todo el mundo se caga en el país. Entonces aunque uno no lo quiera se engancha y pelea a diario por la escasez, por la inseguridad, por la inflación, por la anarquía, por la crisis moral, por el miedo de no saber si llegas vivo a tu casa, y te das cuenta de que tienes 36 años y llevas casi 15, peleando por el país y que parece que nada vale la pena, que por ti, pero sobretodo por tu hija que es un ser inocente, que merece mucho, mucho más, debes darte la vuelta y buscar otro camino, otro lugar, que no se puede seguir mal viviendo, que no lo mereces.

Llegan los días más grises en la historia contemporánea del país y tú lo padeces hasta los huesos y junto con tu esposo, tomas la decisión de abrirte a nuevos rumbos, ahora sí, no podemos seguirlo postergando, tenemos una hermosa bebé de meses que merece no sólo una mejor vida de la que le podemos ofrecer en Venezuela, si no unos padres más felices, para poder darle lo mejor de nosotros. Comienzan a enviar currículos a diferentes destinos, Bogotá el primero en mi lista, pero cabe casi cualquier cosa, lo más importante es salir de donde estamos. En esta cuenta regresiva, me detengo en otro fatídico, pero sobretodo simbólico día, el 06 de enero 2014, a casi 15 años completos de “Revolución Bonita”, matan vilmente a Mónica Spear y su esposo y le meten un tiro en la pierna a su hija de 6 años. No es que Mónica fuera más importante que los muertos de todos los días, es que es una cara conocida, es que cuando se es artista de TV, la gente te siente como si fueras de su familia y esta muchacha era como de la familia de todos los venezolanos. Más allá del hecho de que fuera conocida o no, están las terribles circunstancias de su muerte, una mujer joven, exitosa, buena gente, viene a su país de vacaciones (porque no vivía aquí) a pesar de todas las noticias, a pesar de las estadísticas de inseguridad, viene a vacacionar en su país, porque quiere que su hija conozca sus maravillas y ame el país de su madre, y en qué termina la historia, en que de regreso a Caracas, de noche, cae en uno de los muchísimos huecos de las carreteras, se accidenta y la abordan para robarla y por encerrarse, presa del miedo, en el carro, es fríamente asesinada junto con su esposo y como saldo quedan, dos jóvenes padres muertos y una nena de 6 años huérfana y con una cicatriz en la pierna que le va a recordar para siempre el peor día de su vida. ¡Qué mal me sentí ese día! ¡Qué indignación! ¡Qué miedo! ¡Qué frustración! ¡Qué impotencia! ¡¡Qué rabia!! Ese día le dije a mi esposo con mi hija en brazos “¡Alejandro, me quiero ir YA!”. Y es que el pánico me invadió, pudimos haber sido nosotros, habíamos llegado a Caracas dos o tres días antes, por otra carretera, pero igual llena de huecos y de maleantes. Y los ángeles dijeron “amén” y al día siguiente Alejandro estaba recibiendo el primer correo desde Costa Rica, ofreciéndole una posibilidad de empleo. Algunas entrevistas y mucha corredera más tarde llegó ese día, ése al que tanto le temí, ése que esperaba con ansias y con mucho miedo, que sabía que llegaría, pero no cuándo ni cómo, y el 23 de marzo de2014 le dije “Adiós” a mi Ávila, mientras lo veía alejarse, ese día le di muchos besos a mis papis, a mi hermano, a mi sobrina Paula, fuertes abrazos a mis muy queridos suegros y me fui, con el alma paralizada, con el corazón y la cabeza como anestesiadas para que no doliera tanto. Pero duele, duele a diario, porque yo no soy así, porque yo no hubiese querido nunca estar en esta situación, porque siento que no tuve opción, que era una situación de vida o muerte, que estaba contra la pared y debí tomar la decisión más difícil de mi vida. Yo me fui de Venezuela, pero a ella la cargo enterita dentro de mí, y ahora debo lidiar con eso, ahora debo llorarla tanto como se lloran a los amores que se van, ahora vivo el despecho más grande de mi historia (y vaya que eso es bastante decir). Yo sé que todo está bien y que esta es otra oportunidad para superarme a mí misma, para transformarme, para crecer, para evolucionar, y sé que todo tiene su proceso y que estas cosas deben doler, nadie me tiene que explicar eso, así como nadie me tiene que explicar que esto es por nuestro bien y bla, bla, bla. Yo la teoría me la sé enterita, pero necesito llorar todas las veces que sea necesario, este dolor de no poder estar en mi patria amada, de no poder ver a mi hija crecer junto con sus abuelos, sus ti@s, de saber que mi hija no va a bailar Joropo, tambores o El Carite, en los actos del colegio...

Venezuela, ¡¡Cómo te amo!! ¡¡Cuánto me dueles!! Ojalá que Dios no se haya olvidado completamente de ti, a veces creo que sí.

Costa Rica, eres muy diferente, para bien y para mal, y también tienes muchas cosas en común con mi tierra. Sé que poco a poco aprenderé a quererte. Gracias por la oportunidad, gracias por recibirnos. Dios te bendiga.


Palabras de sabiduría:

…Y si un día tengo que naufragar y el tifón rompe mis velas, enterrad mi cuerpo cerca del mar, en Venezuela

Canción Venezuela
Pablo Herrero y José Luis Armenteros

jueves, 27 de marzo de 2014

Mi vida fuera de Venezuela – Semana 2

Des Moines

Termina la semana y con ella mi entrenamiento. Hoy es sábado, 3 de Marzo de 2014. Me levanto a las 7 de la mañana para asegurarme de que no se quede nada en el hotel, de estar a tiempo en el aeropuerto y de revisar doble todos los papeles que debo tener a mano. Pronto se hace muy real el hecho de que voy a volar al sitio que de ahora en adelante llamaré hogar, por lo menos durante unos años.

Des Moines resultó ser un pueblo (más bien una ciudad pequeña para mi experiencia) hermoso, tranquilo y con gente acogedora. La calidad de servicio que ofrecen en cada establecimiento, desde una estación de servicio hasta un restaurant es asombrosa. La gente se interesa por el bienestar de cada uno de sus clientes. Los saludos en la calle, centros comerciales, en la oficina son agradables y suelen ir acompañados de una sonrisa.

Claro, no todo es bueno. En tan sólo dos semanas en Des Moines me di cuenta de que hay áreas de la ciudad cuyos negocios seguramente se mueven con la estación del año. Un centro de tiendas completamente cerrado y con sólo un negocio abierto habla por sí solo. Un día me asomo a la ventana de la habitación y veo un hermoso día soleado. Es el primer día de la primavera. Pienso, ya no debo necesitar franela, camisa, sweater y chaqueta, seguramente camisa chaqueta deben bastar. No llevo los guantes para salir ni el pasamontañas. Al salir, me doy cuenta de mi error. A pesar del radiante sol, una brisa helada recorre el ambiente. Reviso la temperatura en el celular… Anuncia un, nada cálido, –2C. Y me han dicho que yo agarré los días menos fríos del invierno. Igualmente me comentaron que en verano la temperatura podía llegar a unos 40C. Francamente me asombra la organización que hay que tener con semejantes condiciones, pero existe y la gente vive tranquila adaptándose al clima.

Algunos compañeros de trabajo que vienen de Costa Rica me hablan de lo cara que es la vida allá y luego de lo cara que es la vida en Des Moines… Sin comentarios. Habiendo vivido 38 años en Caracas (la sexta ciudad más costosa del mundo) la accesibilidad de los productos, la calidad y el estilo de vida hacen que me parezca más bien un sitio que no es económico, pero tampoco es costoso. Claro está que los precios fluctúan según el producto que uno busque, mientras que la tecnología es un tanto más económica acá (en Des Moines), los alimentos son más económicos en Costa Rica.

Por otro lado, la vida nocturna en Des Moines parece escasa. Sin embargo hay diversión familiar en cantidad suficiente (a mi parecer). Eso pudiera ser un problema para quién quiera vivir de bar en bar, sin embargo, para quien busque una vida más tranquila con la calma del campo y las comodidades de la ciudad, Des Moines pudiera ser un buen destino.

Con las maletas ya preparadas, una vez más, me dispongo a despedirme de esta ciudad que me diera alojamiento durante dos semanas. Puedo decir que algo de mí se quedó prendado de esta hermosa ciudad.

A Volar De Nuevo

Camino al aeropuerto veo cómo las aves que se fueran con la llegada del invierno regresan y hacen un hermoso espectáculo volando, realizando piruetas y todas clases de formas en una formación que pareciera ajustarse a las curvas de una pared de viento invisible.

En el aeropuerto me bajo del taxi que conducía un personaje como salido de un capítulo de los “Dukes of Hazard”. Muy amable y conversador. Una vez más el frío me golpea mientras bajo las maletas y me dispongo a entrar. Todo en favor de no derretirme cuando llegue a Costa Rica.

Chequeo pasaje y maletas, eventualmente abordo el avión y me doy cuenta de lo cerca que estoy en este momento de esa nueva vida que estoy comenzando. Me doy cuenta de que esta noche cuando pise suelo costarricense será para quedarme un buen rato, para adaptarme, para vivirlo, para caminarlo, para sentirlo, para hacerlo también un poco mío.

El vuelo tiene escala en Dallas, así que me toca bajar del avión. De venida conseguí unos puntos de internet gratis con cable, así que me conecto y espero poder hablar con mi gente, aún en Caracas.

No están conectados, entro en Facebook para ver qué hay de nuevo. Videos, muchos videos de intensos enfrentamientos entre sociedad civil y cuerpos de seguridad del régimen. Veo uno, luego otro… y otro más. Me invade una profunda tristeza. No entiendo cómo se pueden dar órdenes de atacar y violentar a gente inocente sin sentir ni un poco de remordimiento. Siento tristeza, mucha tristeza. Me desborda y tengo que llorar. Me despido una vez más de mi amada Venezuela y me recuerdo a mí mismo que es eso lo que me obliga a “escapar” con mi esposa y mi niña de apenas 1 año y meses de edad.

Busco algo de comer, respiro profundo y trato de despejar mi mente de los videos. Pienso en cómo será Costa Rica, su gente, sus calles, sus amaneceres y atardeceres, su comida… Todo.

Me conecto de nuevo con esa energía que me mueve a ser mejor, a buscar crecer, aprender, cambiar, avanzar, evolucionar.

Como en Popeye’s, sin mayor conmoción. Por segunda vez, la comida en el Aeropuerto internacional de Dallas Fort Worth no me ha impresionado. Luego tendré que venir de nuevo para seguir intentando Guiño.

Pasan las horas y me toca abordar de nuevo. Despegamos y al llegar a la altura de crucero el sol que entra por la ventanilla del avión es ya más cálido. Me dice que voy de nuevo hacia un sitio con un clima menos agreste y más amable.

Llevamos un par de horas volando. Comienza a anochecer y un color naranja brillante se proyecta desde una de las ventanillas hacia los asientos del avión. Abro la ventanilla que tengo a mi lado y me maravillo ante la vista. Un suelo de motas de algodón se extiende hasta unirse con una brillante línea naranja en el horizonte y luego ese naranja de degrada hacia un azul pálido que se vuelve gris hacia las alturas.

Pienso en mi esposa y en mi hija. Mañana nos veremos, con el favor de Dios, y no puedo aguantar mis ganas de abrazarlas, besarlas y tenerlas conmigo.

Costa Rica

Aterrizamos en el aeropuerto de San José de Costa Rica. El aire, al bajar del avión huele distinto. El calor hace que el ambiente sea algo más húmedo y la cantidad de ropa que antes me resguardaba del frío ahora me hace sentir demasiado calor.

Hay una gran cantidad de gente para pasar por inmigración. Me tardo un poco, pero no demasiado para las expectativas que tengo. Busco una vez más las maletas y me dirijo a aduanas.

Una oficial me indica que quiere revisar mis maletas, dado que tengo mucho equipaje y no he declarado nada con valor comercial.

Al cabo de varias piezas de ropa sucia, algunos juegos usados y otras cosas que no se ven de interés comercial, amenizado con una charla amable por parte de la funcionaria, me da la bienvenida a Costa Rica y me pregunta si necesito ayuda para llevar las maletas hasta afuera. Ya habiendo llegado hasta aquí, estoy bastante entrenado en esto de cargar cuatro maletas a la vez.

Me recibe un amigo de la universidad y otra persona de la compañía, su calidez me hace sentir un poco en casa y se consolida más en mi esa sensación de que todo estará bien.

La Reunión

Llega el día tan esperado, pasa la mañana entre barridas y limpieza y al arribar la hora, llamo al taxi para ir a buscar a mis dos mujeres. El corazón se me desboca, los minutos se me hacen horas y estoy frente a la salida de los pasajeros por la que saldrán en cualquier momento. Sale y sale gente. Pilotos, sobrecargos, hombres, mujeres y niños que sonríen al encuentro de una cara conocida o un cartel con su nombre y apellido. De pronto asoma una cabellera que se me antoja conocida, veo a una bebé en brazos y sin poder aguantar un segundo más, silbo ese sonido peculiar que reconocemos sobre el ruido de la calle, doy pequeños saltos y agito los brazos hasta que hacemos contacto visual.

Nos hemos reunido. Hoy es la primera tarde del resto de nuestras vidas. Hoy comienza el segundo gran tomo de nuestra existencia.

domingo, 23 de marzo de 2014

Mi vida fuera de Venezuela – Día 1

La despedida

Hoy eran apenas las 2:30am, habiendo dormido apenas 2 horas, cuando desperté para prepararme a tomar un avión que me llevaría a otro país, pero esta vez sin fecha de retorno.

La decisión, ya tomada hace muchos años nunca fue tan real como en este último mes cuando realizaba todos los preparativos necesarios para poder comenzar este nuevo capítulo de mi vida.

Maiquetía, sentados en el suelo esperando. En el suelo. Con una bebé que empáticamente sabe que algo está pasando, pero que gracias a Dios no se da cuenta de qué es lo que sucede con exactitud.

Cada vez que la miro, se me arruga el corazón a un nivel que no conocía. Veo a mi esposa resistiendo, como sólo una madre resiste para no mostrarle a su hija de 16 meses la ansiedad de separación que (aún sabiendo que es sólo por unos días) nos agobia. La miro, la admiro. Me enamoro más de ella. Me doy cuenta una vez más de que todo esto lo hago especialmente por y para ellas, para darles una calidad de vida que en Venezuela no conocerán, al menos en unos cuantos años.

Cada tantos minutos debo respirar profundo, recordar la paz que hay en respirar conscientemente y enfocarme en los logros a los que este gran paso nos lleva.

Tras un buen rato debatiéndome entre la alegría y la nostalgia que ya siento por mi país, llega la hora de ir a la zona de embarque. Me despido. Nos abrazamos. Las lágrimas quieren saltar desde mis ojos, pero las contengo todo lo que puedo. Entro, voy a migración…  Ya no las veré más en persona hasta dentro de dos semanas. A ellas, a mis adoraciones…  Pero hay más, mi mamá el resto de mi familia que no viene… No los abrazaré en algún tiempo, así, indefinido, inaguantable, indescifrable. Quisiera meterlos a todos en una gran maleta y traérmelos. Pero no se puede.

Los extraño, justo ahora pienso si les habré dado suficientes besos, suficientes abrazos, si habré dicho te amo con suficiente frecuencia y peleado tan pocas veces que no pesen en la memoria. Justo ahora siento lo que es la soledad.

Paso inmigración, abordo el avión y ya el aire se siente distinto la tripulación está avocada a atender a los pasajeros, ayudarlos y orientarlos.

Los Estados Unidos de América

Despegamos y caigo en cuenta de que no sé cuándo volveré a pisar el suelo que me vio nacer. Siento que abandono a mi Venezuela cuando más necesita un guerrero, pero no puedo arriesgar al resto de mi familia, ellas me necesitan, ahora más que nunca. Peleo con las palabras cada vez que puedo, pero ahora mismo no puedo hacer más y no puedo soportar más. Me siento un extranjero en mi país. Ahora un extranjero dejando ese país que ya no reconozco.

Hace más de 20 años que no vengo “al norte” como le dicen en mi tierra. Las historias de inmigración cada vez se han vuelto más locas. Claro que no me extrañaría nada que de persona a persona se haya agregado un pequeño detalle personal que vaya haciendo el cuento cada vez más aterrador. Estoy por averiguarlo en apenas un par de horas.

En el avión, la cordialidad de la tripulación marca una diferencia notable con respecto a los vuelos nacionales que  tomé durante los dos últimos años. Se excusan por sólo tener 3 sabores de jugo y ofrecen comida caliente.

Los ojos se me cierran, el cansancio, el estrés y la resignación me empujan a decidir cerrar los ojos y comenzar a soñar con lo que vendrá. Sin embargo, paso las casi 3 horas del vuelo alternando entre dormir y despertar.

Anuncian el inicio del descenso y mi alma da un vuelco. No estoy soñado, esto es real, lo estoy viviendo en este momento y ya estoy en un nuevo trabajo, una nueva vida, un nuevo comienzo, que tiene por prólogo este viaje que me abrirá los ojos a todo aquello que fue desapareciendo en mi país.

Aterrizamos. Bajamos del avión y caminamos. Bromeo un poco con la persona que estaba sentada a mi lado (que durmió durante todo el viaje). Poco a poco nuestra conversación gira en torno a lo distinto que es todo acá y lo mal que está Venezuela, en los problemas de fondo y las esperanzas de que los años venideros sean mejores para esa tierra que sigue soñando con gente que la haga tan grande y hermosa como se lo merece.

Aeropuerto Internacional de Miami

Busco las maletas que deben ser entregadas a la conexión. Así lo hago y luego tengo varias horas para ver el aeropuerto. En este momento me siento como un niño de nuevo, todo me asombra y me pregunto por qué. La respuesta es obvia. Venezuela, sumida en su crisis ha sido incapaz de crecer, de hecho ha reducido su capacidad de asombrar al turista por cosas buenas y por el contrario, la cosas malas resultan ser las más mencionadas afuera. Mis ojos se cubren de agua, pero los retengo. Tengo hambre y camino un poco para ver qué hay en las tiendas. Innumerables productos de marcas, colores, sabores y especialidades distintas compitiendo por dar el mejor precio al consumidor. Al final  me decido por una ensalada empacada en una bandeja con un aderezo de mostaza miel. Lechuga, tomate, queso azul, pollo y zanahoria están repartidos en la bandeja esperando a que los reúna con el aderezo y así lo hago. Para acompañar, un jugo de naranja que dice 100% orange juice, pero no lo creeré hasta probarlo. Los sabores se funden en mi boca y siento que todo tiene más sabor, todo tiene más brillo, más frescor. Siento culpa, siento tantas cosas distintas. Sacudo mi cabeza para tratar de apartar todo esto y me concentro en comer.

Luego, con el estómago lleno, llega la pesadez. Necesito un café y observo cerca de mi puerta de embarque la oferta de un “café cubano”. No es más que un espresso, pero el trato, la forma de prepararlo y entregármelo todo hizo que valiera cada uno de los 85 centavos que me costó. Saco un cálculo rápido y multiplico por 11 (un aproximado a la taza de cambio actual de bolívares fuertes por dólar) y resulta que un café pequeño es más caro en caracas. Luego saco la cuenta opuesta con el precio innombrable (unos 80 por dólar) y me parece que 64 bolívares por un café pudiera parecer demasiado, pero el gusto con el que lo hicieron, la amabilidad con la que me trataron y el sabor de ese café le dan ese valor fácilmente.

Busco conexión inalámbrica, una hora gratis. Chateo con mis amores, con la familia y hago lo posible por mantenerme entero, pero resulta muy difícil. Los ojos se inundan y esperan un descuido para dejar caer sendas lágrimas que avanzan veloces por mis mejillas y llegan a mi camisa.

Poco a poco se hace la hora de embarcar y procedo a hacerlo. Es un día muy soleado en la ciudad de Miami y eso me realza el espíritu. Una vez más, la cordialidad me ayuda en el proceso y antes de que me de cuenta, estoy volando de nuevo.

Trato de descansar, pero un punzante dolor de cabeza aparece y arremete contra mis mejores intenciones. Durante esta lucha con el dolor de cabeza comienzan a repartir bebidas y pido un jugo de manzana. Jugo de manzana, cristalino, fresco, con hielo. Me refresco, bajo la cortina de mi ventanilla y me dispongo a dormir. Esta vez logro escapar al dolor de cabeza y puedo cerrar los ojos durante una media hora. Voy en camino a Dallas, Texas.

Aeropuerto Internacional Dallas Fort Worth

Llego al aeropuerto internacional de Dallas Fort Worth y el ambiente ya está más frío. Se siente la baja temperatura en el espacio que hay entre el avión y la manga. Busco red inalámbrica gratis, pero no hay. Comienzo a caminar por el aeropuerto a ver qué consigo y hallo un lugar que dice “FREE INTERNET”, pero necesito un cable Ethernet. Que bueno que traigo el mío en el maletín donde cargo la portátil. Logro hablar con mi familia, les comento cómo va todo hasta ahora y les digo cuánto los extraño a menos de 24 horas de haber salido del país.

Luego de un rato, busco un baño. Todo es automático, los urinarios, las inodoros, los lavamanos, los dispensadores de jabón y de papel para secarse las manos. ¡El agua de los lavamanos es agua caliente! Pues salgo luego en busca de algo que comer, veo un sitio que pinta interesante y los precios no se ven horribles. Decido intentarlo y pido sushi. La presentación es interesante, pero el sabor no lo es tanto. No me malentiendan, está bueno, pero no me quitaría el sueño de ninguna manera.

Llega la hora de irme, voy a la puerta de abordaje y espero a que nos llamen. Me monto en el avión y ya con muchísimas horas de sueño acumulado, trato de dormir un poco. Esfuerzo que resulta totalmente infructuoso.

Des Moines

Finalmente llego a Des Moines. 10:40pm (pero para mi 12:40). El cansancio amenaza con tumbarme. Espero las maletas, las recojo y me dirijo a la calle a tomar un taxi. El frío me golpea, aunque no con tanta furia, dado que estoy completamente cubierto de pies a cabeza.

No hay taxis, pero el encargado de la línea me dice que espere adentro para evitar el frío y él me llamará apenas llegue un vehículo. Así lo hago y al tomar el taxi trato de relajarme un poco. Ya casi termina este primer paso que se parece más a un salto entre edificios.

Candlewood Suites

Llego al Hotel y me reciben compañeros de trabajo que sabían que llegaría este día. Adentro una recepcionista excepcionalmente amable realiza todos los trámites en tan poco tiempo como le es posible e incluso me pregunta si quiero una habitación lo más cerca posible de mis compañeros. Asiento con la cabeza y me da las llaves electrónicas de la habitación.

Subo por el ascensor y al llegar, lo primero que hago es conectarme para avisar que llegué bien y que necesito descansar. El cansancio me vence y debo dormir.

He dado el primer paso hacia una mejor vida. A una temperatura bajo cero, que pudiera congelarle los ánimos a más de uno, me doy cuenta de que ha comenzado el prefacio de un nuevo amanecer, de una nueva vida que estará completa sólo cuando me reúna con mi esposa y mi beba.

jueves, 23 de enero de 2014

Reflexiones de fin de año de una madre al 100%

En los últimos días del año, las redes sociales se llenan de mensajes resumiendo y agradeciendo los logros y las metas obtenidas, cada uno a su estilo personal y según sus creencias va haciendo una especie de memoria y cuenta de lo que fue su vida durante ese año que llega a su final. Entre esas tantas, tantísimas memorias que leí la última semana del 2013, encontré quienes agradecían sus logros profesionales, viajes, logros académicos, etcétera y mientras más leía, aparte de mis acostumbradas bendiciones por los éxitos ajenos y mi honesta contentura por la satisfacción de mis amigos, allegados y demás contactos, dentro de mí iba naciendo una especie de incomodidad, de vacío o inquietud, una voz que me repetía, primero muy suave y luego más fuerte: “Y yo qué hice? ¿Cuáles fueron mis logros, si no trabajé, no estudié, no gané mucho dinero, no viajé al exterior, no me destaqué en mi carrera?”; entonces caí en cuenta de que estaba siendo muy dura e injusta conmigo, que aunque mis logros y aprendizajes quizás eran menos tangibles para el mundo materialista que nos gobierna hoy día, yo me había destacado en lo más importante de mi vida. Cariñosamente comencé a responder mi pregunta y poco a poco me inflé de orgullo y mucho agradecimiento a Dios y a la vida. Esta fue mi respuesta:

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Este año 2013 cambié pañales, muchos pañales, pasé horas amamantando, me perdí una y mil veces en la mirada de mi hija, canté muchas canciones de mi infancia, algunas que aprendí por internet y todas las de Hi5, Backyardigans e incluso algunas cuñas de juguetes. Este año, aprendí de la paciencia, del amor incondicional, de la entrega total. Este año aprendí que cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo, que "cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón afuera", como escribió Andrés Eloy Blanco. Este año pasé mi primera noche en vela cuidando que una fiebrecita no subiera. Este año descubrí que mi hija tiene la sonrisa más tierna y hermosa del mundo! Que pase lo que pase, la fuerza que da el ser madre nunca se acaba. Que su sueño, su felicidad, su salud, vale más que todo el dinero y la fama del mundo. Descubrí que hay momentos que no me perdería ni que me ofrecieran lo que me ofrecieran. Este año me descubrí madre, me redescubrí hippie, este año el mundo me interesa más porque mi hija vive en él. Este año, aunque no figuré, siento que hice lo más importante de mi vida y apenas comienza esta hermosa labor... Poco a poco volveré a dedicarme a mí, a mis cosas, a mis otros sueños... Porque definitivamente si algo puedo decir que aprendí este año, es a reconocer el valor de la familia, el valor de lo invaluable, el valor del amor!!

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