viernes, 23 de julio de 2010

Diego, mi Diego

Visitando páginas, conociendo gente y leyendo cosas me tropecé con este escrito y me pareció que reflejaba tan bien muchas de las reflexiones que he hecho a lo largo de mi propia vida que no pude sino pedirle a quien lo escribió su permiso para publicarlo.  A pesar de no haber recibido respuesta, me tomé la libertad de hacerlo, colocando su pseudónimo al final, pues nunca le quitaría crédito de tan buen escrito a quien lo merece.  Por aquí se los dejo y espero que lo disfruten.

La noche se perfilaba como otra cualquiera en la que el destino se hace al azar y al instante. Tenía ganas de salirme de la dieta y de los locales frecuentemente visitados por lo que luego de cambiar tres veces de ruta el camino culminó temporalmente en un restaurante de comida rápida. Sirven el pedido y los pasos me llevan a las mesas en el exterior donde insólitamente había menos ruido y un clima más agradable. Mientras voy comiendo divago sobre la vida con mi acompañante y cómo no podría llegar a juzgarme una amistad por un intento romántico cuando nuestra charla es interrumpida por algunas voces que comienzan a alzarse a nuestras espaldas en la entrada al estacionamiento. La escena estaba compuesta por una chica rubia quizás de unos 21 años, ojos inmensos y de un azul muy claro, delgada y sin curvas, un joven de unos 25 años aproximadamente, moreno claro, contextura atlética, cabello cortado al ras y vestimenta informal al que bauticé como Diego, y otro joven contemporáneo dentro de un corolla blanco. En principio no entendía bien lo que estaba sucediendo, el joven del vehículo al ver a Diego acercarse dijo – No quiero pelear – y acto seguido subió el vidrio de la ventana. La chica que se encontraba intentando subir en el lado del copiloto sonreía nerviosa como si hubiese sido descubierta en alguna pequeña travesura, le hacía señas para que le abriera la puerta del carro. Diego, se detuvo delante del automóvil y repetía una y otra vez, - Tranquilo, no voy a pelear, baja el vidrio – mientras los espectadores del drama intentábamos hallar un motivo a la situación desencadenada. De pronto, la chica logró subirse al carro y convencer a su compañero que bajara la ventana del carro, lo cual, él hizo, a medias.

- Yo no tengo nada contra ti, sólo quiero que tú sepas cómo me siento. – Comenzó a explicar Diego.
- Esa mujer que está allí hasta hoy era mi vida, entiendes. ¿Cómo esperas que me sienta si yo la vengo a dejar aquí y tú vienes a recogerla?. Ella era mi vida brother, mi vida.

Fue imposible evitar el dolor en medio del pecho al escuchar sus palabras. De improviso su dolor era el mío, sus ganas desahogarse eran las mías y quise correr a él, abrazarlo y prometerle que todo estaría bien con el tiempo.

- Ahora dame la mano, el fin de semana nos vamos a ver y yo te saludaré, porque eres mi pana. – Culminó Diego extendiendo la mano a dentro del carro. Dio media vuelta para retirarse y otra media vuelta más para gritar por última vez: ella era mi vida.

La pareja sin nombre marchó a la velocidad que dio el motor y Diego se perdió en un abrir y cerrar de ojos, sin embargo, su ausencia no amilanó ni un ápice mi angustia, mi empatía con él.

Diego había sido esa noche un príncipe improvisado, un caballero valiente incapaz de propinarle una mala palabra a aquella mujer que le estaba partiendo el alma yéndose con otro, un hombre leal que siguió siéndolo a pesar de la clara traición de su amigo, un enamorado hasta el hueso que no se intimidó por el público que observaba al decir lo que sentía. Diego bajo una perfecta luna llena de Julio, era un héroe vencido, pero un héroe al fin.

Durante todo el camino a casa no pude apartar de mi mente, ni de mi pecho, todo lo que aquello me había producido. Analizaba una y otra vez aquel capítulo como de libro y llegué a preguntarme hasta cuando los hombres de verdad se enamorarán de mujeres de hielo, hasta cuando las mujeres seguirán eligiendo al cobarde del corolla que no dará la cara por ellas, hasta cuando habrá cobardes que traicionan una amistad... ¿hasta cuando amaremos de más y seremos como Diego?

La Mandrágora

Palabras de Sabiduría:

Los amores cobardes no llegan
ni a amores ni a historias, se quedan allí…
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar…

Silvio Rodríguez

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