lunes, 28 de julio de 2014

Sin Alma de Inmigrante

Yo no tengo alma de inmigrante.

Avila Panorámica

Hay gente que desde su adolescencia fantasea con irse de su país, se lo plantean seriamente y buscan nuevos rumbos de cualquier forma, haciendo un deporte, consiguiendo una beca, por intercambio, en fin, de alguna manera se aseguran de salir, de vivir lejos de casa al menos por un tiempo que puede variar entre 6 meses, 5 años o más. Yo no. Yo moría de miedo de sólo imaginarme lejos de casa, una vez estando muchacha, escuché por primera vez eso de los intercambios estudiantiles y ¡me daba terror! Eso de irme de mi casa y caer como paracaidista en la casa de una familia en algún lugar del mundo, para ser por un año la “hija” de esa gente, me parecía la situación más abrumadora del planeta, no podía ni imaginarme en esa situación sin que me diera como un frío por todo el cuerpo. Y es que sí, eso es algo a lo que siempre le he temido. Incluso un viaje de esos de quinceañeras, aunque me hubiese encantado, me daba como nervio. Conozco a varias personas, algunas de ellas grandes y viejas amigas, que desde muchachas se fueron de la comodidad y calidez de su hogar, para experimentar en otras latitudes. Las admiro! Y es que yo no tengo ese espíritu, no es que no me guste viajar, me encanta y me gustaría conocer muchos lugares del mundo, pero el hecho de moverme de mi casa a otro lugar, incluso dentro de mi país, de vacaciones, a un sitio conocido y como mi segunda casa, como Pto. La Cruz, me pone incómoda, me sobrecoge un poco todo ese proceso de hacer maletas y dejar mi cueva, luego lo disfruto, claro está, pero ese momento en el que uno se prepara para el viaje y se despide, me pone tensa, y por supuesto, luego de unos días o un par de semanas ya extraño mi cueva y mis rutinas. Me gustaría ser más aventurera en ese sentido, pero esa no es la realidad, la realidad es que soy bastante miedosa para eso y digo miedosa y no cobarde porque una vez leí que ser valiente no es no sentir miedo, sino avanzar a pesar del mismo, y eso sí que te tengo yo, yo aterrada, pero pa’lante, insegura, pero pa’lante, abrumada, pero pa’lante, por eso no me declaro cobarde en absoluto. Volviendo al punto, es que sí, hay gente que nace para gitana, son nómadas de nacimiento y otros, como yo, que no.

Y resulta que me tocó, eso a lo que tanto le venía temiendo desde hace largo tiempo, eso que desde hace aproximadamente doce años comenzó a presentarse como una opción, por como venía avanzando el cáncer de mi país. “¿Y si nos vamos?”, me decía mi novio para ese entonces y yo sólo de escuchar la pregunta y asomarme a una imaginaria respuesta positiva, sentía que se me caía el mundo, entonces, hablábamos de otra cosa, pasábamos el tema casi como con tabú. Estábamos en 2002, yo tenía 25 años y mi país ya estaba sumido en una crisis política y social bastante fuerte, pero estaba la esperanza “en cualquier momento este gobierno se cae”, “el tipo renuncia”, “al tipo lo tumban”, “el paro va a acabar con este gobierno”, “hay un rumor de que unos militares se levantan esta noche”… y así fueron pasando días, semanas… años.

Entonces llegamos casi sin darnos cuenta a 2010, agotados de tanto reclamar por una cosa y por la otra, de tanto sentirnos marginados en nuestro propio país por no vestirnos de rojo y “el tipo” continuaba gobernando y también continuaban los rumores esperanzadores, pero ya yo estaba bastante cansada de tanto odio y retraso y se me presenta otra vez la idea de salir del país, esta vez sola y con un destino fijado: Bogotá. A Bogotá me la presentó un amigo muy especial, me hablaba día y noche de las bondades de la ciudad, del clima, de las posibilidades, de la gente, de la educación, en fin, que poco a poco me iba enamorando de él y de Bogotá. A estas alturas del cuento, ya yo tenía mi vida patas pa’rriba, prácticamente acababa de terminar una relación de muchos años, estaba enamorada hasta los huesos de alguien que, aunque me correspondía, no estaba preparado para una relación estable con nadie y para colmo estaba preparándose para irse del país, lo cual me anunciaba otro duelo en un futuro bastante cercano, estaba harta ya de tanto no entender a mi país, de tanto pelear, de tanto luchar, de tanta marcha, tenía el alma revuelta por varios motivos y bueno, consideré a pesar del terror, la idea de irme de mi tierra. Hice, animada por mi amado de entonces, mi primer viaje fuera del país, sola, desorientada, con el dinero contado y con un despecho crudito porque ya no vería más (y hasta el sol de hoy sigo sin verlo) al, para ese entonces, dueño de mi corazón. A pesar de mi situación emocional durísima, me enamoré de Bogotá, fui allí no como turista, si no como alguien que iba para quedarse, fui a tantear el terreno, a conocer sus calles como las calles que luego caminaría a diario en esa vida que comenzaba a inventarme, guayabo en mano, para mi futuro. Me enamoré de la ciudad y de la gente. Llegué, con una maleta enorme a la casa de una paisa adorable que sin conocerme, me abrió las puertas de su casa, allí estuve los primeros 10 días, fueron días muy duros, muy fríos, muy solos, mi anfitriona trabajaba mucho y no tenía demasiado tiempo para lidiar con esta suerte de invasora que cargaba la empalizada en el suelo, mucho hizo, ciertamente, al abrirme las puertas de su casa de par en par, sin siquiera saber quién era yo, eso se lo agradeceré siempre. Luego llegué a casa de Daniel, 13 días estuve allí sintiéndome una más entre ellos, allá la cosa estuvo un poco más cálida, hasta viajé con ellos a un pozo petrolero para hacer una función de mimos. Fueron 23 mis días en Bogotá, yo lo sentí como tres meses más o menos, la intensidad de ese momento en mi vida, así lo hacían ver. Me quedaron hermosos recuerdos del lugar y de su gente, cariños que no voy a borrar así ya no los vuelva a ver: Bibiana, Milena y familia, Daniel, Willderman, Katta y el resto de los muchachos, todos muy lindos y amables. Yo espero haberles dado una buena impresión a pesar de no haber estado en mi mejor momento. De ese viaje también me quedó la certeza de que no importa lo mal que esté, siempre puedo seguir adelante, que no importa lo grande del miedo, yo soy más grande, que no importa que llore en las noches, siempre y cuando en las mañanas me levante dispuesta a continuar, a vivir y experimentar. Y llegó el 5 de agosto y me regresaba a mi amada patria, me recibió la enorme pancarta en el aeropuerto con la cara de Chávez y su “Patria, socialismo o muerte”, bueno, se acabaron las vacaciones de la pesadilla más larga de la historia (al menos de MI HISTORIA). Llegué dispuesta a resolver lo que tuviera que resolver para irme a Bogotá, tenía hasta un contrato de trabajo que me dio Daniel, para sacar la visa y estar legal en el país. Mi visita al consulado colombiano no arrojó buenas noticias y la rutina, el día a día cargado de tantas noticias que no dan chance a digerir ninguna, el miedo a salir de mi cueva y la terquedad de seguir luchando con la esperanza de que la era roja del país llegara a su fin, hizo lo suyo y el sueño de Bogotá se fue posponiendo y quedando atrás. Bueno, todo eso y que mi vida personal estaba pasando por grandes cambios que exigían atención.

Continúa el conteo regresivo para irme del país, a pesar de mí misma y llegamos a un terrible 7 de octubre de 2012, triste día para mi patria, otro más, pero éste muy significativo, un moribundo Chávez gana (según el podrido CNE) las elecciones presidenciales, yo embarazada de 37 semanas aproximadamente, lloraba a gritos y a moco tendido, en el piso de mi casa, sabiendo que mi hija estaba por nacer en un país secuestrado por unas bestias rojas sin escrúpulos de ningún tipo, sabiendo que ese resultado significaba que mis días en Venezuela estaban contados, que no sabía a dónde, ni en qué circunstancias, pero debía buscar junto con mi esposo, otro destino que nos librara de ese desastre de país en el nos habíamos convertido y que ya no quedaba esperanza cercana de recuperar.

Tener un hijo absorbe mucho y si quieres dar teta exclusiva y hacer crianza con apego, mucho más, así que desde el maravilloso e irrepetible 3 de noviembre de 2012, mi foco de atención fue Sarah Valentina, así que el tema país, aunque ineludible, pasó a un segundo o tercer plano. Sin embargo, es difícil no prestar atención a la debacle del país, es difícil cuando sientes que los pedazos del país te comienzan a caer encima y debes entrar a varios supermercados para poder encontrar un producto y ves colas y colas por todas partes porque “en el Plaza’s llegó la leche” o “en Central Madeirense llegó aceite”, es difícil mantenerte distante cuando comienzas a ver indiscretamente las bolsas de mercado de la gente en la calle, para ver si consiguieron harina de maíz y salir corriendo al supermercado a ver si todavía queda, cuando hablas con tus padres y te dicen que no consiguen papel higiénico, te enteras de que mataron al novio de una amiga de tu sobrina, que secuestraron a un vecino de Montalbán, es difícil mantenerse distante cuando sabes que el “presidente” se murió, pero que fue tan hijo de puta, que antes de hacerlo se encargó de dejar un sucesor en el corazón rojito de sus obcecados seguidores y que por supuesto (según el mismo CNE rojito) también ganó las elecciones aunque todo el mundo sabe que éste tipejo no le llega a los pies ni siquiera a Chávez, o sea, que esta vaina es mucho camisón pa’ Petra, pero total, no importa, no importa nada, no importa el país, el pueblo, la economía, lo que importa es mantenerse en el poder, lo que importa es votar por el idiota porque el “comandante supremo intergaláctico” así lo pidió antes de morir. O sea, todo el mundo se caga en el país. Entonces aunque uno no lo quiera se engancha y pelea a diario por la escasez, por la inseguridad, por la inflación, por la anarquía, por la crisis moral, por el miedo de no saber si llegas vivo a tu casa, y te das cuenta de que tienes 36 años y llevas casi 15, peleando por el país y que parece que nada vale la pena, que por ti, pero sobretodo por tu hija que es un ser inocente, que merece mucho, mucho más, debes darte la vuelta y buscar otro camino, otro lugar, que no se puede seguir mal viviendo, que no lo mereces.

Llegan los días más grises en la historia contemporánea del país y tú lo padeces hasta los huesos y junto con tu esposo, tomas la decisión de abrirte a nuevos rumbos, ahora sí, no podemos seguirlo postergando, tenemos una hermosa bebé de meses que merece no sólo una mejor vida de la que le podemos ofrecer en Venezuela, si no unos padres más felices, para poder darle lo mejor de nosotros. Comienzan a enviar currículos a diferentes destinos, Bogotá el primero en mi lista, pero cabe casi cualquier cosa, lo más importante es salir de donde estamos. En esta cuenta regresiva, me detengo en otro fatídico, pero sobretodo simbólico día, el 06 de enero 2014, a casi 15 años completos de “Revolución Bonita”, matan vilmente a Mónica Spear y su esposo y le meten un tiro en la pierna a su hija de 6 años. No es que Mónica fuera más importante que los muertos de todos los días, es que es una cara conocida, es que cuando se es artista de TV, la gente te siente como si fueras de su familia y esta muchacha era como de la familia de todos los venezolanos. Más allá del hecho de que fuera conocida o no, están las terribles circunstancias de su muerte, una mujer joven, exitosa, buena gente, viene a su país de vacaciones (porque no vivía aquí) a pesar de todas las noticias, a pesar de las estadísticas de inseguridad, viene a vacacionar en su país, porque quiere que su hija conozca sus maravillas y ame el país de su madre, y en qué termina la historia, en que de regreso a Caracas, de noche, cae en uno de los muchísimos huecos de las carreteras, se accidenta y la abordan para robarla y por encerrarse, presa del miedo, en el carro, es fríamente asesinada junto con su esposo y como saldo quedan, dos jóvenes padres muertos y una nena de 6 años huérfana y con una cicatriz en la pierna que le va a recordar para siempre el peor día de su vida. ¡Qué mal me sentí ese día! ¡Qué indignación! ¡Qué miedo! ¡Qué frustración! ¡Qué impotencia! ¡¡Qué rabia!! Ese día le dije a mi esposo con mi hija en brazos “¡Alejandro, me quiero ir YA!”. Y es que el pánico me invadió, pudimos haber sido nosotros, habíamos llegado a Caracas dos o tres días antes, por otra carretera, pero igual llena de huecos y de maleantes. Y los ángeles dijeron “amén” y al día siguiente Alejandro estaba recibiendo el primer correo desde Costa Rica, ofreciéndole una posibilidad de empleo. Algunas entrevistas y mucha corredera más tarde llegó ese día, ése al que tanto le temí, ése que esperaba con ansias y con mucho miedo, que sabía que llegaría, pero no cuándo ni cómo, y el 23 de marzo de2014 le dije “Adiós” a mi Ávila, mientras lo veía alejarse, ese día le di muchos besos a mis papis, a mi hermano, a mi sobrina Paula, fuertes abrazos a mis muy queridos suegros y me fui, con el alma paralizada, con el corazón y la cabeza como anestesiadas para que no doliera tanto. Pero duele, duele a diario, porque yo no soy así, porque yo no hubiese querido nunca estar en esta situación, porque siento que no tuve opción, que era una situación de vida o muerte, que estaba contra la pared y debí tomar la decisión más difícil de mi vida. Yo me fui de Venezuela, pero a ella la cargo enterita dentro de mí, y ahora debo lidiar con eso, ahora debo llorarla tanto como se lloran a los amores que se van, ahora vivo el despecho más grande de mi historia (y vaya que eso es bastante decir). Yo sé que todo está bien y que esta es otra oportunidad para superarme a mí misma, para transformarme, para crecer, para evolucionar, y sé que todo tiene su proceso y que estas cosas deben doler, nadie me tiene que explicar eso, así como nadie me tiene que explicar que esto es por nuestro bien y bla, bla, bla. Yo la teoría me la sé enterita, pero necesito llorar todas las veces que sea necesario, este dolor de no poder estar en mi patria amada, de no poder ver a mi hija crecer junto con sus abuelos, sus ti@s, de saber que mi hija no va a bailar Joropo, tambores o El Carite, en los actos del colegio...

Venezuela, ¡¡Cómo te amo!! ¡¡Cuánto me dueles!! Ojalá que Dios no se haya olvidado completamente de ti, a veces creo que sí.

Costa Rica, eres muy diferente, para bien y para mal, y también tienes muchas cosas en común con mi tierra. Sé que poco a poco aprenderé a quererte. Gracias por la oportunidad, gracias por recibirnos. Dios te bendiga.


Palabras de sabiduría:

…Y si un día tengo que naufragar y el tifón rompe mis velas, enterrad mi cuerpo cerca del mar, en Venezuela

Canción Venezuela
Pablo Herrero y José Luis Armenteros